El futbolista seguidor de San Isidro que llegará a santo. Tommy Burns

 


San Isidro es una de las devociones más aplaudidas en Cabeza la Vaca, que tiene, tenía, un fiel seguidor.

En Glasgow, ciudad de niebla y cicatrices, donde el fútbol no es un juego sino una cuestión de fe y trincheras, hay un nombre que se murmura con respeto en las iglesias y en los bares: Tommy Burns. 

No solo fue un futbolista, ni siquiera un ídolo del Celtic, fue algo más. Un hombre de convicciones, de los que creen en Dios y en la camiseta con la misma devoción. Un caballero de San Isidro con los tacos bien plantados en el barro.

Jugó en el Celtic de 1975 a 1989. Levantó seis ligas escocesas, cinco copas y una Copa de la Liga. Defendió los colores de la selección nacional y, cuando colgó las botas, volvió al club de su vida como entrenador. Pero lo que importa no está en las estadísticas. Lo que importa es cómo vivió y cómo murió.

Era un tipo de los de antes. De los que no rezan para ganar partidos, sino para estar a la altura. Contaban que, si llegabas temprano a misa, podías encontrarlo absorto ante el Sagrario, como un soldado en guardia ante su capitán. La pelota, sí, pero primero Dios. Fe, familia y fútbol. Y en ese orden.

Enfermedad cruel la que se lo llevó, un melanoma que no hizo concesiones. El 15 de mayo de 2008, con solo 51 años, Tommy Burns dejó este mundo, pero lo hizo a su manera. Días antes de morir, supo que una mujer madre recién enviudada sufría en silencio. Pidió que le enviaran flores. Ni una palabra sobre su propio dolor. Un caballero hasta el final al que le faltaban horas de vida.

El día del funeral, Glasgow se quebró porque incluso en la ciudad dividida por el fútbol y la religión, nadie tenía nada malo que decir de Tommy. Ni siquiera los protestantes del Rangers. Ally McCoist, uno de los grandes de Ibrox, fue quien llevó su ataúd. Y lo hizo entre lágrimas.

Hay quienes aseguran que Burns era algo más que un buen hombre. Que su fe era más que devoción, que su bondad tenía algo de milagro. El padre Robert Farrell, sacerdote del Opus Dei y testigo de su vida, no tiene dudas: "Estoy de acuerdo", dice cuando le preguntan si Tommy Burns fue un santo en vida. Lo conoció en confesión y en oración; y hoy le reza pidiéndole favores.

El obispo Tom Monaghan lo dejó claro en su funeral. Habló de su fe inquebrantable, de su amor por la Virgen y de la coincidencia de su muerte con el día de San Isidro. "Como San Isidro, se levantaba temprano para ir a misa. No solo decía oraciones, sino que rezaba de verdad".

Ahora, la diócesis de Paisley estudia su causa de beatificación. Quizá, dentro de unos años, Tommy Burns ya no sea solo un recuerdo imborrable en Celtic Park. Quizá un día lo veamos en los altares. Porque en el fútbol hay ídolos, sí. Pero solo unos pocos llegan a santos.


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