Repartimientos de milicias


 

 

En el frondoso archivo del pasado, donde las páginas amarillas del tiempo se entrelazan como los hilos de una trama épica, encontramos el legado del Archivo Histórico Provincial de Toledo. Aquí, en este rincón de la memoria, se resguarda un fragmento de la historia que merece ser desentrañado, como si de un intrigante relato de un académico novelista se tratara.

Hablemos de los "Repartimientos de Milicias", un sistema de épocas pasadas que diverge significativamente de las quintas impuestas por los Borbones en años posteriores. 

Los siglos XVI y XVII fueron testigos de un engranaje peculiar en la maquinaria militar española. Por un lado, los condenados, principalmente eran los protagonistas los destinados a la Marina y, por otro, los soldados asalariados, con alguna que otra pizca de voluntariedad. Para financiar esta fuerza, se recurría al arcaico sistema tributario de la época, un impuesto específico, un "repartimiento de milicias".

No cabe duda de que aquella era una época donde la contabilidad se perdía en un maremágnum de números y cuentas. El rey solicitaba a las Cortes la cantidad que estimaba necesaria, una vez aprobada, se distribuía entre las diversas regiones, las cuales a su vez la redistribuían entre las poblaciones (como Cabeza la Vaca), bajo criterios no siempre diáfanos para nosotros. 

El criterio de medida era el "soldado" y así, si a una población determinada le correspondían veinte soldados, a otra menor podían corresponderle "dos tercios de soldado", a otra "un soldado y medio quarto", así sucesivamente, todo meticulosamente convertido en moneda contante y sonante.

Las localidades, lógicamente, trataban de eludir este gravamen de todas las formas posibles, siendo la negociación la más oficial de ellas. 

En ocasiones se encuentran poderes a determinadas personas (alcaldes o caballeros santiaguistas) para que presionen al intendente encargado. En ocasiones, estas gestiones tenían éxito, pues los archivos mencionan algunas "bajas" concedidas a ciertas localidades o regiones. No obstante, al final del día, la deuda debía ser saldada.

Una vez determinada la cantidad que cada pueblo debía abonar, el intendente nombraba a los "receptores", que eran los encargados de llevar la noticia y asegurarse de que las autoridades locales se comprometieran a efectuar el pago. Se trataba de la aceptación de la localidad. Al "traedor" se le otorgaban los derechos correspondientes por su labor.

Ciertamente, este sistema puede parecer confuso, pero los funcionarios de la época se esforzaban por mantener las cuentas claras. En los "Libros del Repartimiento de Milicias", se registraba lo que cada población debía pagar y lo que efectivamente había sido abonado. Las cuentas no siempre cuadraban, dejando en el aire un misterio por resolver.

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