San Antonio. El que predicó a los peces

 


En el retablo mayor de Cabeza la Vaca hay dos santos y la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, talla gótica tardía porque tiene cierta expresión escapándose del hieratismo románico. En el lado de la Epístola está San Benito, del que con anterioridad hemos hablado y en el lado del Evangelio está San Antonio de Padua. 

Generalmente a San Antonio se lo conoce porque es el abogado de las mujeres casaderas que buscan novio, pero hay otras cosas que hacen grande a este santo tal como su predicación a los peces.

Así como San Francisco hablaba a los pájaros y a los animales en general; y ellos con él, con ese tono de santo que entiende hasta el vuelo de una golondrina, San Antonio, hombre también de carne y hueso, pero con la cabeza en el cielo, tuvo su encuentro extraordinario, esta vez con peces. 

Se dice que fue en Rímini, ciudad de corazones endurecidos y de oídos sordos, controlada por herejes que, en su soberbia, creían que a un hombre como Antonio se le podía silenciar con nada más que un gesto.

Llegó el franciscano con sus sandalias gastadas por sus predicaciones, dispuesto a llevar la palabra divina a quien quisiera escucharla. Pero en lugar de almas dispuestas, encontró templos vacíos y plazas mudas. Los hombres de Rímini, obedeciendo la consigna del poder, paseaban sin verle, como si un fantasma les hubiera atravesado. Pero allí estaba el buen Antonio, solo, con sus palabras como estrellándose contra el aire o contra un muro.

Resignado pero no vencido, siguió caminando, encomendándose a Dios, porque si no es Dios quien consuela al misionero, ¿quién lo hará?. Llegó al mar y, como si una luz le cruzara el pensamiento, se puso frente a las olas. Y, con una voz más firme que el silencio de los hombres, se dirigió al vasto océano diciendo:

—Si vosotros, hombres de poca fe, no queréis oír la Palabra, hablaré a los peces, que no son tan ciegos ni tan necios como vosotros.

Y entonces ocurrió lo que nadie hubiera creído si no se hubiese visto; y, si no fuera porque a veces el milagro se esconde en las cosas más pequeñas. 

Los peces, que hasta ese momento nadaban en su propio mundo, empezaron a aparecer, primero tímidamente, luego en tropel, asomando sus cabezas plateadas, ordenados, como si comprendieran lo que los hombres no querían entender. Aleteaban, vibrantes, y se arremolinaban junto a la orilla, atentos, dispuestos a escuchar la verdad que los hombres de Rímini habían rechazado.

Así que la presencia de San Antonio en la Iglesia, en retablos y en capillas, se debe más que a la concesión de novios al poder de convocatoria en su predicamento pues hasta los peces quedaron cautivados por sus palabras.

 ...Pero..., por qué iconográficamente se representa a San Antonio con el Niño en brazos?.

Poco antes de morir, San Antonio logra retirarse en oración a Camposampiero, cercano a Padua, en el lugar que el conde Tiso había confiado a los franciscanos, junto a su castillo.

Camina por el bosque, cuando nota un majestuoso nogal y tiene la idea de hacer entre las ramas del bello y gran árbol, una especie de celda pequeñita. Tiso se la prepara y Antonio pasará en aquel refugio, sus días de oración, regresando sólo de noche al eremitorio.

Una noche, el conde se dirige a la pequeña habitación de su amigo franciscano, cuando por la puerta entreabierta ve un intenso resplandor. Temió un incendio, empujó la puerta y quedó inmóvil ante la escena prodigiosa que contempló: Fray Antonio estrechaba entre sus brazos al Niño Jesús

Cuando se recobra del éxtasis y ve a Tiso conmovido por aquella visión, el Santo le ruega que no hable con nadie sobre la aparición. Solo después de la muerte del San Antonio, el conde contaría lo que había visto aquel día.

 

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