Dioses ancestrales de la tierra. Epona

 


 

Extremadura es una tierra en la que los animales de cuatro patas y los alados, son aliados de los hombres, quizás más que en otras zonas peninsulares o igual que en otras zonas peninsulares en el tiempo. Lógico es pensar que estuviera presente entre las deidades íberas, celtas y celtíberas una como Epona.

Epona, es la diosa celta e íbera, que emerge de la nebulosa de los siglos con el aura de una figura enigmática, protectora de los équidos y símbolo de la fertilidad y la naturaleza. 

En su etimología la raiz del nombre vendría de: 

  • Ekwo- (indoeuropeo)
  • Epo- (galo)
  • Hippos (griego)
  • Equus (latin)

Esta divinidad, honrada tanto en los campos como en las casas, se alzaba como guardiana de la cría de caballos, un animal sagrado en las culturas antiguas y representaba la prosperidad de las comunidades que vivían de la tierra. 

No es casualidad que entre sus más fieles devotos se encontraran soldados y jinetes; no hay mejor símbolo de fuerza y nobleza que el caballo en tiempos de guerra y Epona presidía sobre ellos, desde las planicies hasta los oscuros caminos de las batallas.

La naturaleza femenina de Epona se entrelaza con el caballo desde la Edad del Hierro, periodo donde las fronteras entre lo sagrado y lo mundano se diluían con facilidad. 

Ella, como tantas otras deidades vinculadas a la tierra, tenía una relación íntima con el agua, la vida y la muerte, tres elementos indisolubles en la cosmovisión celta. 

Al igual que Cibeles, Epona también era una guía de almas, aquella que acompañaba a los muertos en su viaje desde el mundo terrenal hasta los misteriosos dominios del más allá y lo hacía a lomos de caballos majestuosos, los mismos que custodiaba en vida.

Es irónico que, siendo tan reverenciada, sepamos tan poco de ella. Las fuentes escritas que han llegado a nuestros días son escasas, frágiles vestigios de una fe que dependía más de la tradición oral que del pergamino. 

Los hallazgos arqueológicos nos ofrecen algunas pistas: relieves y esculturas de la diosa, representada sentada o a caballo, rodeada de cestas rebosantes de frutos y maíz, sosteniendo una pátera o una cornucopia, símbolos inequívocos de la abundancia. En muchos casos, su imagen la muestra tranquila, incluso serena, mirando al horizonte, mientras un caballo, su compañero más fiel, espera pacientemente a su lado.

El culto a Epona no se limitaba a las tierras celtas. También en la Península Ibérica encontramos testimonio de su devoción, especialmente en santuarios como el de Cigarralejo, donde se han hallado figuras botivas equinas que sugieren la existencia de un culto local a esta protectora de los caballos. Las estelas del sudoeste, de Cancho Roano o Porcuna, entre otras, refuerzan esta idea: Epona no era solo una diosa importada por los galos o los romanos, sino una presencia arraigada en las creencias autóctonas.

¿Acaso no hay una ironía subyacente en el hecho de que su culto esté asociado a la muerte? Aquellos que, en vida, dependían de los caballos para sobrevivir, acudían a Epona no solo en busca de protección, sino también de guía en su último viaje. Epona  habría sido una diosa protectora de las almas de los muertos, su figura ha aparecido en nichos y estelas funerarias.

Las sombras que cubren su figura no impiden que se atisbe la luz de una diosa poderosa, respetada por igual entre guerreros y campesinos, una diosa que en su silencio guarda los secretos de una religión olvidada, pero no desaparecida porque seguimos encontrando testimonios.

Las representaciones más importantes de Epona que se han encontrado en la Península Ibérica se han encontrado en Sigüenza (Guadalajara), en Lara de los Infantes (Burgos) y otras dos encontradas en la provincia de Álava y en Andújar (Jaén).

La expansión del culto a Epona se desarrolló extensamente, desde la región celtibérica hacia el oeste, hacia el norte y hacia el sur, como queda de manifiesto en las inscripciones encontradas en la Península Ibérica.

Los caballos siempre han sido considerados, a través de la historia, como un elemento de prestigio social, se podría intuir que Epona tenía relación directa con la soberanía, se han encontrado inscripciones que le otorgan el adjetivo de Regina. Epona aparece representada con ropajes largos, que significan prestancia social, solemnidad; y con un manto, propio de la realeza; y diadema sobre la cabeza, como si estuviese coronada.

Sería igualmente la protectora del hogar, de la familia y de los animales domésticos, sabiendo además que los oficiales de caballería romanos la veneraban para que protegiera y mantuviera a salvo a los caballos y a los jinetes.

 

 

BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J.M. (1995) Diccionario de las Religiones prerromanas de Hispania. Ediciones Istmo.

GREEN, M.J. (1995) Mitos Celtas. Ediciones Akal.

HERNÁNDEZ GARCÍA, L. (2011) «La diosa Epona en la Península Ibérica. Una revisión crítica» en Hispania Antiqua, nº 35, pp. 247-260

OLIVARES PEDREÑO, J. C. (2002) Los Dioses de la Hispania Céltica, Real Academia de la Historia

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